domingo, 24 de febrero de 2019

80 ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE D. ANTONIO MACHADO por Emilio Sales Almazán - Foro por la Memoria de Toledo.





El 22 de febrero de 1939 fallecía en la localidad francesa de Colliure el gran poeta, aquel que siempre fue un hombre bueno, D. Antonio Machado Ruiz. Cada año multitud de actos, de artículos, de recuerdos, inundan la sociedad en memoria de uno de las más admiradas plumas de nuestra literatura.

Recordar como el exilio, el éxodo de miles de españoles y españolas a otros países,  casi siempre cruzando los Pirineos, llevo lejos de España a un par de generaciones de las más altas cimas en el saber, lo que se llamó “el atroz desmoche”. Cientos de científicos, escritores, investigadores, maestros, penalistas, etc.…, cruzaron la frontera huyendo de la más que probable represión o la muerte por la acción criminal fascista.
Dicen que el vate murió de pena, la gran mayoría de personas que le conocieron están de acuerdo en que D. Antonio, cansado, triste, se dejó morir al contemplar como su patria era pasto de la fechoría nacionalcatólica. Recuerdo que ya lo comenté en otras ocasiones como mi padre me lo dijo al hablar de su encuentro con él en Valencia, supongo que cuando señalaba que le vio en un huerto (según parece era en la localidad de Rocafort) notó en él a una persona mayor y fatigada.

Quizá este aniversario sea un tanto especial habida cuenta de la situación creada tras las elecciones en Andalucía. El triunfo del trifascio y las noticias respecto a la asunción de lo que debería ser la recuperación de la memoria democrática por parte de la ultraderecha hace temer un retroceso en los mínimos avances en la materia. La pasividad y cobardía para afrontar de una vez por todas la eliminación del franquismo en todas sus facetas pone en manos de los herederos del fascio la utilización de las instituciones. Es curioso ver a los nuevos representantes de la bilis azul mahón ocupando cargos en instituciones democráticas.

La España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María, de espíritu burlón y de alma inquieta, ha de tener su mármol y su día, su infalible mañana y su poeta.

La Andalucía de la que dijo, al hablar de cómo había aceptado la plaza en el instituto de Soria, la capital de provincia más pequeña de España donde apenas vivían 3000 habitantes, “Yo tenía un recuerdo muy bello de Andalucía, donde pasé mis años de infancia. Los hermanos Quintero estrenaron entonces en Madrid El genio alegre, y alguien me dijo: Vaya usted a verla. En esa comedia está toda Andalucía. Y fui a verla y pensé: Si es esto de verdad Andalucía, prefiero Soria. Y a Soria me fui”

Todo ello, todo aquello por lo que sufrió y padeció está aquí. ¿Se fue alguna vez?

Hace poco tiempo la editorial Anaya publicaba un texto para los alumnos de primaria donde hacía una versión “agradable” de la muerte de dos de los más grandes poetas andaluces, de dos de los juglares más universales, Lorca y Machado. Del primero decía que «murió cerca de su pueblo, durante la guerra en España», del segundo «Pasados unos años se fue a Francia con su familia. Allí vivió hasta su muerte». Según les parece a estos “traficantes del saber” los niños no entienden las palabras fusilamiento o exilio. Tratan a los niños y a los jóvenes como faltos de desarrollo intelectual. Todo esto me ha traído a hacer una exposición de lo que opinaba D. Antonio acerca de la juventud. Aquí va el “discurso a las Juventudes Socialistas Unificadas” el día 1 de mayo de 1937.

<procura ser viejo lo antes posible.

Se vela por la pureza de la niñez; se la defiende, sobre todo, de los peligros de una pubescencia anticipada. Muy pocos velan por la pureza de la juventud; a muy pocos inquieta el peligro, no menos grave, de una vejez prematura. Sabemos ya, y acaso lo hemos creído siempre, que la infancia no se enturbia a sí misma, y hemos adquirido un respeto al niño, loable, en verdad, si no alcanzase los linderos de la idolatría. Se sigue creyendo, en cambio, que toda la turbulencia que advertimos en los jóvenes es de fuente juvenil, y que al joven sólo puede curarle la vejez. Yo he pensado siempre lo contrario. Por ello he dicho siempre a los jóvenes: adelante con vuestra juventud. No que ella se extienda más allá de sus naturales límites en el tiempo, sino que, dentro de ellos, la viváis plenamente. Adelante, sobre todo, con vuestra faena juvenil: ella es absolutamente intransferible; nadie la hará, si vosotros no la hacéis.

Uno de los graves pecados de España, tal vez el más grave, acaso el que hoy purgamos con la tragedia de nuestra patria, es el que pudiéramos llamar «gran pecado de las juventudes viejas». Yo las conozco bien, amigos queridos, perdonadme esta pequeña jactancia. En mi ya larga vida, he visto desfilar varias promociones y diversos equipos de jóvenes pervertidos por la vejez: ratas de sacristía, flores de patinillo, repugnantes lombrices de caño sucio. Los conozco bien. Y son esos mismos jóvenes sin juventud los que hoy, ya maduros, mejor diré, ya podridos, levantan, en la retaguardia de sus ejércitos mercenarios, los estandartes de la reacción, los mismos que decidieron, fría y cobardemente, vender a su patria y traicionar el porvenir de su pueblo. Son esos mismos también, aunque no siempre lo parezcan, los que hoy quisieran corromperos, sembrar la confusión y el desorden en vuestras filas, los enemigos de vuestra disciplina, en suma, cualesquiera que sean los ideales que digan profesar.

¡La disciplina!... He aquí una palabra, que vosotros, jóvenes socialistas unificados, no necesitáis, por fortuna, que yo os recuerde. Porque vosotros sabéis que la disciplina, útil para el logro de todas las empresas humanas, es imprescindible en tiempos de guerra. De disciplina sabéis vosotros, por jóvenes, mucho más que nosotros, los viejos, pudiéramos enseñaros. Contra lo que se cree, o afecta creerse, también la disciplina es una virtud esencialmente juvenil, que muy rara vez alcanza a los viejos. Sólo la edad generosa, abierta a todas las posibilidades del porvenir, realiza gustosa el sacrificio de todo lo mezquinamente individual a las férreas normas colectivas que el ideal impone. Sólo los jóvenes verdaderos saben obedecer sin humillación a sus capitanes, velar por el prestigio, sin sombra de adulación, de los hombres que, en los momentos de peligro, manejan el timón de nuestras naves; sólo ellos saben que en tiempo de guerra y de tempestad los capitanes y los pilotos, cuando están en sus puestos, son sagrados.

Nada temo de la indisciplina juvenil, porque nunca he creído en ella. Mucho temo, mucho he temido siempre de la mansa indisciplina de la vejez, de esa vejez anárquica, en el sentido peyorativo de estas dos palabras —un hombre encanecido en actividades heroicas sabe guardar como un tesoro la llama íntegra de su juventud, y un anarquista verdadero puede ser un santo— de ese espíritu díscolo y rebelde a toda idealidad, siempre avaro de bienes materiales, codicioso de mando para imponer la servidumbre, que, en suma, sólo obedece a lo más groseramente individual: los humores, y apetitos de su cuerpo averiado, sus rencores más turbios, sus lujurias más extemporáneas. A eso, que es la vejez misma, he temido siempre.

Si repasáis la breve historia de nuestra República, que se inaugura magníficamente con signo juvenil, dominada por hombres que gobiernan y legislan atentos al porvenir de su pueblo, veréis que es un hombre profundamente viejo, un alma decrépita de ramera averiada y reblandecida, el llamado Lerroux, quien se encarga de acarrear a ella, de amontonar sobre ella —¡nuestra noble República!— todos los escombros de la rancia política en derribo, toda la cochambre de la inagotable picaresca española. A esto llamaba él ensanchar la base de la República.

Yo os saludo, pues, jóvenes socialistas unificados, con un respeto que no siempre pude sentir por los ancianos de mi tiempo, porque muchos de ellos estaban deshaciendo a España, y vosotros pretendéis hacerla. Desde un punto de vista teórico, yo no soy marxista, no lo he sido nunca, es muy posible que no lo sea jamás. Mi pensamiento no ha seguido la ruta que desciende de Hegel a Carlos Marx. Tal vez porque soy demasiado romántico, por el influjo, acaso, de una educación demasiado idealista, me falta simpatía por la idea central del marxismo; me resisto a creer que el factor económico, cuya enorme importancia no desconozco, sea el más esencial de la vida humana y el gran motor de la historia. Veo, sin embargo, con entera claridad, que el Socialismo, en cuanto supone una manera de convivencia humana, basada en el trabajo, en la igualdad de los medios concedidos a todos para realizarlo, y en la abolición de los privilegios de clase, es una etapa inexcusable en el camino de la justicia; veo claramente que es ésa la gran experiencia humana de nuestros días, a que todos de algún modo debemos contribuir. Ella coincide plenamente con vuestra juventud, y es una tarea magnífica, no lo dudéis. De modo que, no sólo por jóvenes verdaderos, sino también por socialistas, yo os saludo con entera cordialidad. Y en cuanto habéis sabido unificaros, que es mucho más que uniros, o juntaros para hacer ruido, contáis con toda mi simpatía y con mi más sincera admiración>>

Talavera del Tajo. 22 de febrero de 2019


Emilio Sales Almazán
Foro por la Memoria de Toledo



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