El visionado de este emotivo documental, dirigido por Susana Arbizu y Henri Belin,no habría sido el mismo sin la presencia virtual del codirector y el protagonista, Daniel Serrano. Cuando ya estamos tocando el fondo, como susurrase Gabriel Celaya y cantara Paco Ibáñez, y sumergidos en un mar insondable de porquería reencontrarnos cara a cara con nuestra memoria más reprimida, la colectiva y silenciada durante decenios, supone un serio aldabonazo a las conciencias, incluso las más adormecidas.
Se trata de una charla en frío, descarnada sacando a la superficie recuerdos familiares dolorosos pero imprescindibles. Daniel hace un recorrido lleno de rabia contenida y sentimientos de antigua impotencia por el triste final, no por presentido menos sangrante, de su hermano. Desde su representación municipal en el pequeño pueblo toledano de La Torre de Esteban Hambrán intentó hasta el final mantener la coherencia y la dignidad de su cargo, pero la furia incontenible de los facciosos y sus cómplices sólo podía tener un final. Causa un enorme respeto, más que otros sentimientos, seguir la descripción sencilla y directa de Daniel. Éste no adopta en ningún momento la pose de protagonista ya que de forma intuitiva sabe que es sólo vehículo de un drama infinitamente repetido por toda la geografía española.
La descripción del contexto rural y agrario que rodeaba lo cotidiano de los ciudadanos republicanos, ajenos a la inmensidad de la agresión sin motivos de que eran objeto, que Daniel hace es, a mi modesto entender, lo más humano del documental. Transmite, posiblemente sin saberlo, un relato lleno de ternura directa y sin artificios, una relación fraternal que hunde sus raíces en la vida del pueblo. La voz de este protagonista obligado suena natural, consiguiendo una empatía necesaria y lógica. No hay innecarios trucos: ahí está una parte sustancial de nuestra memoria colectiva. Y eso significa una lección para todos los que, abrumados por las barreras que la incompetencia, la incomprensión y la maldad humana levantan en nuestro camino por rehabilitar la dignidad perpetua de los nuestros, sentimos en algún momento la tentación de tirar la esponja. No darse nunca por vencidos. Ellos no lo habrían hecho, pues demostraron que, con la evidencia de estar luchando sin armas contra un enemigo muy superior en medios traidoramente robados al pueblo que les mantuvo, no desfallecieron ni se rindieron. Esa es la mejor lección de “No darse por vencido”.
Francisco González de Tena.
Madrid,1 de julio, 2012.
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