lunes, 8 de marzo de 2021

UNA MUJER FRENTE A LA GUERRA: ERNESTINA DE CHAMPOURCIN


  LAS guerras hacen aflorar los mejores y los peores sentimientos de las personas, como es sabido, porque transforman su vivir cotidiano. En el caso de los escritores modifican su escritura, y Ernestina de Champourcin aceptó el cambio, que además repercutió en su biografía. Pertenecía a la alta sociedad madrileña, por ser su padre barón de Champourcin, título que trajo a España un  antepasado llegado en el séquito del primer Borbón, el loco desnudo Felipe V. Fue presentada en sociedad y en palacio, por requerirlo el compromiso familiar, pero ella se sentía comprometida con los habitantes de los barrios bajos madrileños, a los que visitaba con amigas del mismo criterio, para atender algunas de sus necesidades. 

   La amistad con el poeta Juan José Domenchina afianzó la ideología de Ernestina, ya claramente inclinada hacia la izquierda. Perteneciente a una familia de la alta burguesía, Domenchina se negó a seguir los estudios universitarios a los que estaba llamado, para dedicarse por entero a sus dos vocaciones, la literaria y la política. Conoció a Manuel Azaña en 1921, y mantuvo con él una leal amistad durante toda su vida. Colaboró en las revistas dirigidas por Azaña, La Pluma primero y después España, y se afilió en 1925 al partido político creado por su amigo, llamado inicialmente Acción Política, después Acción Republicana, y finalmente Izquierda Republicana. 

   Al día siguiente de ser Azaña elegido jefe del Gobierno provisional de la República, el 14 de octubre de 1931, nombró secretario particular a Domenchina, y seis meses después acumuló a ese cargo el de secretario político. Renunció en febrero de 1935, debido a que sus dolencias reumáticas  le impedían cumplir adecuadamente sus obligaciones. Durante la guerra volvió a estar junto al entonces presidente de la República. Esa amistad disgustaba a la noble familia de Ernestina, pero ella la continuó porque compartían la misma afición por la poesía y por la ideología republicana. 

LA NUEVA REALIDAD ESPAÑOLA 

   Aunque su familia se asustó ante la proclamación de la República, Ernestina y Domenchina se alegraron, porque les anunciaba un nuevo orden social democrático y popular anhelado por los dos. Aquel feliz 14 de abril de 1931 compartieron el gozo popular en la Puerta del Sol. Según ella me contó, por su común carácter independiente ni se consideraban novios ni imaginaban casarse, sino que se limitaban a salir juntos y asistir a los actos culturales y políticos de su gusto compartido. Sin embargo, constituían una pareja aceptada, conocida por los Inas.

   Pero todo cambió en 1936. Ese año Ernestina publicó su cuarto libro de poemas y su primera novela, y había estrenado una obra teatral en el Lyceum Club. Una semana después de cumplir los 31 años de edad, un grupo de militares monárquicos se sublevaba contra la República. Inmediatamente corrieron Ernestina y Domenchina a ponerse a las órdenes del Gobierno leal. A ella la destinaron al hospital de sangre que se creó en el Instituto Oftálmico Nacional, donde también prestaban servicio las esposas de Azaña y de varios ministros. 

    En el listado de “Señoras que prestan servicios en el hospital de sangre en el Instituto Oftálmico Nacional”, conservado en el Archivo Histórico Nacional, sección Guerra Civil, se da la filiación de cada una de ellas: Ernestina figura como republicana de izquierdas, que es el nombre del partido de Azaña, Izquierda Republicana, en el que militaba su compañero. Por su parte, Domenchina fue encargado de tareas burocráticas en la defensa de su ciudad, ya que debido a la enfermedad reumática que padecía era inútil para los combates en el frente y para tareas que exigieran esfuerzo físico. 

UNA CRÓNICA NOVELADA

   La experiencia de aquellos días en la ciudad que fue considerada capital de la gloria por su heroica defensa contra la agresión fascista, la relató Ernestina en una novela que empezó a escribir por entonces, pero que no quiso terminar nunca. Titulada Mientras allí se muere, publicó uno de sus  capítulos en el número XIX de Hora de España, la excelente revista realizada por escritores y artistas leales, con Antonio Machado a su cabeza, fechado en julio de 1938, páginas 55 a 67.

   Hay un protagonista colectivo, que es el pueblo español, pero destaca la figura de Camino, una muchacha de la alta sociedad madrileña, que trabaja como enfermera en el hospital de sangre instalado en el Instituto Oftálmico. Naturalmente, Camino es la misma Ernestina, convertida en personaje literario para narrar cuanto había vivido. Y así cuenta cómo fue la colaboración de unas mujeres que deseaban ser útiles a su patria y a su pueblo, mientras los hombres defendían sus libertades con las pocas armas de que disponían:

   Idas y venidas jadeantes a la sombra protectora de los fusiles recién estrenados. Faenas múltiples e incongruentes en las manos menos aptas para su realización; mujeres que nunca habían barrido se pasaban las horas escoba en mano entregándose con júbilo infantil a los más humildes menesteres, mientras otras cuya vida transcurrió en ellos, se sentaban a la puerta de los edificios incautados, para lanzar a los transeúntes el pueril desafío de un cigarro inglés.

   En el hervidero humano que fue Madrid entonces sobrenadaban ciertos grupos de seres, cuyo estado de ánimo o cuyo modo de reaccionar aproximaban. Había el grupo de los que hacían la revolución, el grupo de los que se apresuraban a vivirla, el de los espectadores, quizás el más peligroso por ser el más frío y apartado, el de los "dilettantes" que la saboreaban gustosamente con una olímpica insolencia, burlándose de los medrosos y pusilánimes porque a ellos no les había perjudicado.

   Camino, África y sus compañeras pertenecían al grupo más limpio y entusiasta; el que sabiendo que aquel trastrueque absoluto de la sociedad en que vivían, sólo podía traerles daños materiales, se adherían a él fervorosamente, dispuestas a darlo todo a cambio de nada, uniéndose al pueblo en un amplio ademán de magnífico desinterés. Aquella firme actitud significaba en muchos casos la ruptura de los últimos lazos familiares, el renunciamiento definitivo a ciertas fáciles posturas cuya comodidad no era del todo desdeñable. Durante aquellas jornadas febriles en los breves minutos de descanso,  cuántas se inte-rrogaban llenas de ansiedad y de dudas, conscientes de haberlo dado todo, sin pensar qué les quedaría después... (Páginas 58 s.)

  Todo ello fue cierto, según me contó más de una vez, cuando evocaba los años de la guerra, de modo que en esos párrafos no existe literatura: son una crónica exacta de lo que vivió la autora. Y coincide exactamente con lo que escribió su amiga Constancia de la Mora y Maura, llamada África en la novela, en su autobiografía Doble esplendor, publicada en los Talleres de Adrián Morales, de México, en 1944, páginas 277 y siguientes.

CON MIEDO Y VALOR

   Se reunieron unas señoras de la alta burguesía, que no estaban acostumbradas a realizar las faenas caseras, encargadas al servicio doméstico, pero que ante la urgencia de ayudar a los niños sin familia por causa de la guerra, descubrieron que no es tan difícil cocinar o lavar la ropa, y lo hacían con gusto. En el fragmento de la novela publicado se describe la vida en un refugio de niñas, a las que sus cuidadoras alimentan como pueden, quedándose ellas a menudo en ayunas. 

   Camino, es decir, Ernestina, acude ese día al refugio infantil para acompañar a tres niñas que padecían dolencias en sus ojos, y llevarlas al Instituto Oftálmico, donde ejercía como enfermera, como así era cierto. Aunque convertido en hospital de sangre para atender a los combatientes heridos, se continuaba pasando consulta oftalmológica para los ciudadanos madrileños. Ella nunca antes había atendido a heridos, pero en las actuales circunstancias se animó a vencer el malestar que causa inevitablemente la sangre. Además, se ofreció para trabajar en el turno de noche, que era el menos deseado por las voluntarias.

   Ha de tenerse en cuenta que Ernestina sufría una grave deficiencia visual congénita, que le exigía leer con gafas de alta graduación, aunque normalmente no las llevara puestas, por una coquetería juvenil. Siempre temía  perder la visión, como le fue ocurriendo en los últimos años de su vida, hasta quedarse ciega. Por eso, resulta más meritorio que aceptara servir como enfermera en el Instituto Oftálmico, al que acudían pacientes con toda clase de enfermedades contagiosas, en unos momentos en los que la higiene se acomodaba a las carencias inevitables en una ciudad sitiada. Relata en el fragmento editado de su novela que dos de las niñas a las que iba a acompañar al Oftálmico presentaban los síntomas indudables del tracoma, y anota la acción de su personaje en el que se desdoblaba:

   Camino las acarició con gesto forzado; el tracoma era un fantasma al que tenía miedo, y sólo por conciencia del deber y afán de dominarse, ayudaba en días de excesivo trabajo a los oculistas. (Página 62.)

   Por conciencia del deber atendía tanto a los heridos por las balas fascistas como a los enfermos contagiosos. Por conciencia del deber se había separado de su familia, favorable a los rebeldes, y se unía al pueblo, colaborando como podía en su justa lucha contra la agresión fascista. Por conciencia del deber iba a seguir al Gobierno constitucional en sus traslados por España, Francia y México, junto al compañero elegido.

   Tenía razón al escribir que algunas de aquellas muchachas pertenecientes a la alta burguesía, o incluso a la nobleza, como era su caso, habían tomado una decisión heroica: sus familias no aceptaban de buen grado que se dedicaran a menesteres considerados de criadas, y además solían estar de acuerdo con la actitud de los rebeldes.

    Fue muy sincera al escribir que tal postura significaba la ruptura con los familiares, empezando por los suyos. Sabían todas que su determinación las separaba de ellos, y sin embargo permanecían en donde consideraban que debían estar, "uniéndose al pueblo en un amplio ademán de magnífico desinterés", por repetir sus mismas palabras. Deseaban colaborar al triunfo del Ejército Popular, y lo hacían de la manera a su alcance, unas como milicianas en el frente, y otras ayudando en la retaguardia. 

UNA BODA EN LA GUERRA 

    La rebelión militar cambió la historia de España y la suerte de los españoles, además de modificar la literatura.  En el caso de Ernestina y Domenchina la transformación fue plena, ya que alcanzó a su estado civil. Los que nunca habían hablado de matrimonio acordaron casarse el 7 de noviembre de ese mismo año trágico de 1936. No escogieron la fecha para conmemorar el aniversario de la Revolución Soviética; el motivo fue más personal: ese día se temía que los rebeldes pudieran entrar en Madrid, hasta el punto de haberse trasladado todo el Gobierno a Valencia para continuar dirigiendo desde allí las operaciones bélicas y las tareas administrativas.

   Ellos dos pensaron que les convenía casarse, para así poder permanecer juntos, lo mismo si eran evacuados que si se veían obligados a refugiarse en una embajada extranjera, como estaban haciendo muchas personas. Fue una boda sin acompañamiento familiar. El nuevo matrimonio tuvo que  peregrinar varios días por aquel Madrid heroico que gritó el "No pasarán" a los fascistas, y lo mantuvo hasta que fue traicionado desde dentro por quienes debían defenderlo, porque Madrid no se rindió, sino que fue vendido.

   Continuaron realizando sus respectivas ocupaciones, hasta que el 1 de diciembre salieron camino de Valencia, evacuados por el Quinto Regimiento en la segunda expedición de intelectuales. Se detuvieron en Motilla de Palancar para dormir, y en Buñol para comer y firmar un manifiesto de adhesión a la justa lucha del pueblo español contra la agresión fascista. 

   Tras un viaje de 27 horas llegaron a Valencia, donde Domenchina fue asignado a la Secretaría Técnica del Ministerio de Propaganda, como jefe del Servicio Español de Información, un cargo siempre de confianza, sobre todo en aquellos días de guerra. Más tarde, en enero de 1938 fue designado secretario del Gabinete Diplomático de la Presidencia, por lo que acompañó de nuevo a su amigo Azaña durante un año completo, cada vez más convencidos los dos de que la guerra estaba inevitablemente perdida, por la cobardía de las naciones democráticas, que abandonaron a la República intimidadas ante la arrogancia de las totalitarias. 

   Mientras tanto, Ernestina volvió a ejercer como enfermera y cuidadora de niños abandonados por causa de la guerra. Ya se había acostumbrado a contemplar el horror en los cuerpos heridos de los soldados, y en las miradas infantiles asustadas, por lo que nada impresionaba a su buen ánimo.

   Continuaba escribiendo cuando podía hacerlo, porque entonces primaban otras dedicaciones. Los temas que atrajeron su atención durante la guerra fueron los que entonces preocupaban a todos los españoles, la situación en que estaba hundida la patria entera. Si ella como persona se puso a disposición del Gobierno legítimo, para colaborar con el pueblo en la defensa de sus libertades, se deduce que como escritora debía asimismo colocarse junto al pueblo, haciéndose en buena medida su portavoz contra los sublevados, al denunciar la barbarie de la guerra provocada por su traición.

LA POESÍA EN LA GUERRA

   Hasta entonces evitó caer en el esteticismo, un peligro que atacó gravemente a su generación, pero sin hundirse en el otro extremo, el de la literatura militante, otro riesgo que igualmente afectó a muchos de sus compañeros. Aseguraba que la poesía no tiene necesidad de limitarse en sus posibilidades comunicativas, alabando a la belleza estéril o a la fealdad árida. En su opinión, tan negativo es perseguir la pureza perfecta como anhelar la suciedad maloliente.

   En los cuatro libros del período prebélico se describe la angustia de vivir en un mundo inhóspito, que tiene al dolor como protagonista. Se comprende que no hablaba de su propia vida, sino de la experiencia en su relación con los seres que malvivían en los suburbios madrileños. No todos los poemas publicados por Ernestina antes de la sublevación militar presentan el mismo tono. En sus libros se mezclan los temas, como suele ser habitual en los poemarios, salvo algunos pocos casos monotemáticos. Resaltamos la atención puesta sobre las cuestiones sociales, para demostrar que eran prioritarias en ella antes incluso de conocer a Juan José Domenchina. 

   La rebelión de los militares monárquicos apoyados por las fuerzas más reaccionarias, impulsó a Ernestina a colocarse junto al pueblo, como queda dicho, y en consecuencia resultaba inevitable que su poesía tomase la misma decisión. Aceptó el compromiso de contar la realidad cotidiana.

    Al conmemorar con un año de retraso, porque le fue imposible celebrarlo a tiempo, el centenario del nacimiento de Rosalía de Castro, manifestó por escrito cuál era el ideario de la escritora gallega, compartido plenamente por ella. Lo hizo en el número XIV de la revista Hora de España, correspondiente a febrero de 1938, en las páginas 18 y siguientes:

   Rosalía de Castro que tanto lugar hizo en sus versos a los humildes, a las víctimas de las injusticias sociales, a la pobreza y al dolor, hubiera sabido ahora comprender al pueblo y apoyarlo, como entonces comprendía y apoyaba a sus paisanos cuando salían de su tierra en busca de pan y… sólo recogían humillaciones y dureza… […]

   ¿Qué hubiera dicho ahora ante su Galicia oprimida y martirizada por los hombres que no pueden ser de Castilla ni de ninguna otra región de España, hombres que no pueden ser españoles porque sólo sienten el afán de matar y destruir?

   Galicia ya no canta, y la tristeza de Rosalía si viviese hoy sería más honda, porque no tendría canciones en que derramarse. Callando y sufriendo con su pueblo hubiera esperado su liberación o hubiera soñado regresar a él cuando estuviese limpio de traidores y extranjeros.

   Se identificaba con Rosalía en su comprensión del pueblo, y denunciaba a los que oprimían y martirizaban a España, de los que decía que no podían ser españoles; la verdad es que a los alemanes, italianos, portugueses y marroquíes que mataban a los españoles los trajeron otros españoles traidores a su patria y a la humanidad entera. La pregunta que en febrero de 1938 se planteaba Ernestina, respecto a lo que hubiera dicho entonces Rosalía, se la respondió ella misma con estas reflexiones:

   Es una equivocación suponer que la literatura se desenvuelve en una atmósfera ajena a las realidades humanas y pretender que no sufra el influjo de éstas, que se mantenga insensible e incólume entre las diversas vicisitudes que conmueven incesantemente a la humanidad.

   Claro que existe una literatura de invernadero y laboratorio que reúne estas características,  y que exige en quienes la elaboran una innata predisposición a la alquimia de los sentimientos, y un alejamiento instintivo de todo lo actual y humano.

  Pero la literatura que, a pesar de no ser escrita con preocupaciones de público, es de todos y llega a todos, ésa, aunque no hable de ellos, se deja impregnar por los valores de la historia, recibiendo su huella y conservándola a través de siglos y generaciones.

   Esta confidencia expone las ideas de la escritora acerca de la poesía comprometida con la realidad social de su época. Manifiesta desdén por la literatura calificada por ella como "de invernadero y laboratorio", que es una manera de llamar al esteticismo, de moda en Europa a la vez que se desarrollaron los movimientos de vanguardia. No le interesa la poesía pura, postulada por algunos de sus compañeros de generación, sino la enraizada en "las realidades sociales", esto es, la definidora de su momento histórico, la que representa  a su tiempo de creación. 

   Aunque el escritor no redacte esa literatura "con preocupaciones de público", es la que llega a todos, la que comprenden los analfabetos que la escuchan igual que los intelectuales que la leen. Es, por lo tanto, la verdadera literatura, representativa de su tiempo y de su tierra, la que formará parte de la historia de la cultura.

LA POESÍA EN GUERRA

   Ya tenía conceptos, por decirlo según su manera de expresar la anterior carencia de unas ideas poéticas inspiradoras. Antes escribía sobre los necesitados, pero no precisamente para ellos, puesto que conocía la corta audiencia de la poesía, que es nula entre los pobres, salvo alguna contada excepción, como fue la del pastor de cabras Miguel Hernández. Ahora, en los momentos trágicos en que se trataba de contener el avance del fascismo internacional, sentía la obligación de seguir escribiendo sobre el pueblo en armas para defender sus libertades, pero además procuraría conseguir que los milicianos conocieran sus escritos. Eso mismo hacían muchos otros poetas, casi todos los componentes del grupo del 27, imitando el ejemplo de su maestro Antonio Machado.  

   La poesía tenía que perder su posible pureza, como exigió Pablo Neruda al inaugurar la revista Caballo Verde para la Poesía en octubre de 1935. Muchos más argumentos podían exhibirse en plena guerra popular contra el fascismo internacional. La ocasión requería una escritura revolucionaria en todos los sentidos, que representase  aquel período de esperanza en una victoria considerada muy difícil, pero que había de mantenerse a toda costa. Así se comunicaban los dirigentes políticos con el pueblo, y así tenían que hacerlo también los escritores. 

   Debía equipararse la poesía lírica a la épica, para cantar la gesta del pueblo español, como hicieron los anónimos autores de los romances cuando se produjo la primera invasión árabe. Ahora, ante la nueva invasión de las tropas radicadas en África, armadas por la Alemania nazi, la Italia fascista y el Portugal salazarista, pagadas con el dinero recaudado por los catolicorromanos de Europa y América, y bendecidas por el Vaticano, la lírica se volvía épica. Por eso fueron tan abundantes los romances, hasta el punto de recopilarse varios romanceros de la guerra. Por conciencia del deber, Ernestina compuso poemas sobre acontecimientos de la guerra, desde su extremada sensibilidad de mujer, poeta y republicana.

   La poesía se declaró también en guerra contra los militares rebeldes y los elementos reaccionarios que los  secundaban. La de Ernestina supo estar a la altura de las circunstancias, según reclamaba Machado. Es una poesía nacida en la guerra y sobre la guerra, pero que no levanta su voz  como un grito contra los sublevados, sino que cuenta las calamidades provocadas por ellos. 


ARTURO DEL VILLAR

PRESIDENTE DEL COLECTIVO REPUBLICANO TERCER MILENIO


1 comentario:

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